lunes, 16 de junio de 2008

Estranger than fiction

Parece ser que ya no queda ni una maldita bacteria infecciosa en mi cuerpo. Eso sí, me siguen agujeareando asiduamente diferentes mujeres para controlar mis recuentos celulares. Ya estoy bien. Estén tranquilos. El otro día por fin me disponía a ver "Into the Wild" en el calor del hogar cuando la fiel acompañante Anita empezó a retorcerse encima de mi cama. La miré un rato sin decir nada hasta que llegó a gritar. Decidí llevarla a Urgencias. Allí me recibió el Doctor mejicano de dientes separados, chaqueta demasiado grande sin coderas y sonrisa torcida. Bastante sorprendido pero sin el típico tono que indica preocupación, me preguntó que hacía ahí y le señalé a mi fiel acompañante, cuya camaleónica piel nos brindaba una maravillosa gama de tonos verdes. Yo le dije que me había salvado. Diagnóstico de la fiel acompañante: cólico nefrítico. Vía intravenosa. Buscapina. No fue necesaria la hospitalización. Ya está bien. Estén tranquilos. En estos días han sucedido cosas dignas de mención.
Cosas: José Tomás es el Dios del que hablaba en otro post acerca de la transhumancia. Puro genio. Recomiendo que vean "Stranger than fiction". Rara, metafísica y sobresaliente. Una idea más para videoclips que llama "censor bar art". Me gustó el trabajo de un mejicano que ganó un concurso de Youtube. Lucy and Bart-Tag Galaxy es otra web tipo "data aesthetics" que organiza fotos tageadas de Flickr mediante planetas en un universo virtual.
-¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?
-Eso depende mucho de a dónde quieres ir -respondió el Gato.
-Poco me preocupa a dónde ir -dijo Alicia.
-Entonces, poco importa el camino que tomes -replicó el Gato.
Alicia en el País de las Maravillas. Lewis Carrol

viernes, 6 de junio de 2008

Neumonía


Escribo postrado sobre el blanco hilo egipcio que conforma la colcha de mi cama (curiosa palabra "colcha", juro no volver a escribirla). Y es que huelo a hilo aséptico y a Paracetamol y a antibiótico también. Huelo a hospital, si, y todo alimento casero preparado por Gumersinda, la asistenta, me sabe a Potasio o algo que suene más o menos así. Ella me dice que tengo que reposar. Parece ser que el doctor y ella se han puesto de acuerdo. Son espías. Como doy por hecho que la perspicacia del lector de estas líneas es inversamente proporcional al contenido de tales, habrán deducido que he tenido Neumonía por el título de este post. Neumonía. Suena a algo psiquiátrico más que, en mi caso, a una infección bacteriana multifocal de los dos pulmones. Parece como si tuviera manía a Nemo el pescado o que tengo la genial paranoia de que el risueño Nemo me persigue. Nada de eso, aunque pensándolo detenidamente, sería terrible. Sin dilación ni ceniceros a la vista, procederé a contarles mis últimos días debido a su inconmensurable valor médico-científico:
Nota: he decidido que lo de tutear se acabó, leche. Un respeto.
Miércoles: después de un merecido descanso de otro (descanso) anterior me dispongo a introducirme en mi cama de hilo frío. Acoplo mis tres almohadas de hilo frío entre mi cuerpo caliente y logro conciliar el sueño sin Doxilamina. Supongo que en la fase REM fue cuando mi temperatura subío de 37 a 40,5 grados y el hilo ya no estaba frío. Tenía hiperpirexia. A partir de 42 grados la fiebre es incompatible con la vida, ya que se produce lisis protéica (yo me frio, tu te fríes, ellos se fríen). Yo sabía eso al ver mi viejo termómetro de mercurio y apartar la vista horrorizado. Bien. Para los que no hayan experimentado esta temperatura, propia de Sevilla en sus maravillosos agostos, es como si a uno lo dejan muchísimo tiempo desnudo sobre una meseta antártica en época de vientos helados y con osas blanquísimas en celo. Sé que muchos tienen la creencia errónea de que cuando se tiene fiebre uno básicamente se asa. Nada más lejos de la verdad. Quien dice eso miente. Es un maldito mentiroso. Cuando se tiene esa fiebre, te congelas. En mi caso, sentía como si mis huesos hubieran sido sustituídos por lingotes de hielo, aparte de lo de la meseta. Escalofríos violentos, castañeo de dientes audible a larga distancia, hormigueo general, mareo intenso, delirios múltiples. Yo le decía a mi querida madre (por lo menos es lo que me confesó después de mi viaje antártico) que, por Dios, pusiera la calefacción de una vez, que era una vergüenza estar en junio sin calefacción central, que el mundo era injusto con los frioleros como yo, etc. Sudando profusamente, mandé hacer llamar a un médico de urgencias de mi seguro médico ASISA que apareció a la hora muy bien vestido y correctamente perfumado. Fue muy inteligente al diagnosticar una infección muy grave y decir que "no sabía por dónde irá" pero a mí no me convenció. Supongo que le llegué a insultar. Dos Termalgin 650 mg hicieron efecto y al cabo de un rato nada divertido me dormí profundamente, como un niño cansado de jugar. 
Jueves: una masa pegajosa impregna mi adormecido, dolorido y pálido cuerpo haciendo que éste se pegue a mi pijama de hilo. ¡Oh! Se trata de sudor. Tuve sudoración. Sí. Lo admito. De hecho, la sensación era similar a darse un bañito con un magnífico pijama a medida en un Spa del extraradio con huelga indefinida de mantenimiento y luego comer sashimi de pulpo con él puesto. Debido a la fotofobia entreabro los ojos analizando la situación; dolor intenso de cabeza, deshidratación, piel repugnante, ojos brillantes. Al intentar levantarme para llamar a alguien que me salve, produzco algo semejante a un chillido lastimero, como un perro, si, y me llevo las manos a la altura del bazo; tengo un dolor abdominal semejante a tener cuchillas de afeitar nuevas en mi adorado intestino. Logro emitir algo sonoro (seguramente una interjección no aceptada por la RAE) y mi querida madre aparece con un nuevo médico, que se precipita a auscultar mi pecho y mi adorable masa intestinal. Dice que el doctor que vino antes es un imbécil y, juntos, le insultamos un rato. Diagnóstico: "vístase y a urgencias". Me arreglo bastante bien para no ver y, tambaleante, bebo agua del grifo sin utilizar un vaso. Acto seguido me dirijo a Urgencias de un hospital que, sin saberlo, formaría parte de mi vida: La Milagrosa.
Tras los siempre molestos trámites burocráticos usuales, el demasiado bien vestido joven recepcionista, me indica, con un gesto a mi parecer ofensivo (señalar), unas sillas incómodas. Tenía irratibilidad, aparte de un intenso malestar general. Mientras esperaba que ocurriera algo, lo que fuere, pensaba que mi dolor era mayor que "el malestar general" del típico oficinista de pañuelo de algodón, de verdad. Era sumamente infeliz e injusto. El tiempo pasaba y varias mujeres en la cumbre de la senectud desfilan ante mi mirada vidriosa hacia la puerta que pone "Urgencias" junto a un cartel que desaconseja fumar en cualquier lado y lo prohíbe ahí. "Guillermo Cifuentes, pase", "Guillermo Cifuentes, pase". Paso, dejando a mi acompañante Anita sola en esa espeluznante sala.
House había librado ese día o eso me dijeron, creo. Sin embargo, una amable enfermera de doscientos kilogramos me saca sangre sin mirarme a la cara. Incomprensiblemente, se puede ser amable y maleducado al mismo tiempo. Tensión normal. 38,5 grados. Exploración traqueal sin hallazgos. Malhumorado me tumbo en la camilla y aparece un doctor muy feo de origen mejicano. Me habla de algo sobre Rayos X... estoy mareado. Salgo y mi fiel acompañante está comiendo. Tenía naúseas y falta de apetito o afagia. Bajo a Radiología y la enfermera resulta ser una monada que me hace quitar (innecesariamente a mi juicio) los pantalones para una radiografía de tórax. Me despido amablemente intentando sonreir. Hubiera querido decir que mi pantalón no tiene cremallera, sino botones de plástico y eso no sale en las placas. El hombre delgado, pálido, febril, tembloroso y de arcada fácil, es decir, yo, sube a Urgencias. "Guillermo Cifuentes, pase", "Guillermo Cifuentes, pase". Paso. El doctor mejicano feo como Belcebú me hace pasar a su pequeño despacho en un afán infructuoso de hacerme ver la importancia de la cadena de mando hospitalaria. Todo esto es grotesco, pienso. Diagnóstico: infección intestinal y posible Neumonía. Ciprofloxacino (antibiótico de amplio espectro que inhibe la DNA girasa de bacterias), Ibuprofeno y un antiespasmódico, Buscapina. Le doy las gracias suspirando y salgo a buscar a mi incondicional acompañante Anita, que esconde una bolsa de patatas al verme. Entre espasmos dolorosos, me voy a mi casa. No tengo tos, pero la fiebre persiste. Bueno, tampoco estoy tan mal, pienso. Grave error. Al toser, el lavabo se vuelve rojo. Tenía hemoptisis. Tosía sangre coagulada. Así era. Como estaba hasta el gorro del hospital resolví volver al día siguiente.
Viernes: me quedo en casa tosiendo sangre sin pensar en nada en concreto (porque no podía). El hospital es mi enemigo. La apatía me invade. El dolor abdominal desaparece misteriosamente. Al echar un vistazo a mi cuerpo antes de acostarme decido al fin ir a urgencias, definitivamente, al día siguiente. Como era lógico, tuve pesadillas.
Sábado: mi mayor motivación al levantarme con un fuerte dolor muscular, disnea y otra sesión de Spa, que está tan de moda, es que Urgencias está a dos minutos de mi casa. Me dirijo de pésimo humor, pues, a Urgencias de nuevo. Me preguntan que me pasa y respondo que escupo sangre sin hacer ninguna demostración. Esta vez no espero y un rollizo médico de gafas pequeñas, reloj digital y cinturón discreto ordena que analicen mi sangre y mi pipí. Luego me manda directamente a la monada de Rayos X, que me recibe con una sonrisa estudiada y, alegre, repite la operación de la última vez. Recibo mi dosis de radiación y me acompaña personalmente a otra sala donde me hacen una Tomografía Axial Computerizada o TAC de mi tórax. Mi acompañante hace aparición y me apoyo físicamente en ella. Estaba muy mareado. "Guillermo Cifuentes, pase", "Guillermo Cifuentes, pase". Paso. Querían más sangre. Salgo a la infecta sala de espera. Espero. "Guillermo Cifuentes, pase", "Guillermo Cifuentes, pase". Me sacan más sangre y ante mi mirada de irritación, la enfermera dice que los anteriores test han sido invalidados. No contenta con mi sangre me abre un vía intravenosa en la vena cefálica de mi brazo izquierdo, pone 500 ml de suero salino hipertónico a goteo rápido y se va canturreando algo nefasto. Pulso normal. 39 grados. Irritación de la laringe. Espero mirando como el suero frio se introduce en mi cuerpo. Aparece el médico de reloj digital, pasacorbatas ligeramente bañado en plata y sin gemelos. Diagnóstico: Neumonía multifocal. Procede a explicarme qué es eso al observar mi mirada de ojos de tiburón. Hace pasar a mi querida y paciente acompañante y la informa antes que a mí, que he de ser ingresado de inmediato porque tengo una infección que, de no ser tratada, conllevaría una muerte rápida y dolorosa (eso no lo dice, pero es verdad, lo juro). Me despido del personal de Urgencias con la mano mientras un enfermero, particularmente flaco y casi más pálido que yo, me conduce en una silla de ruedas hasta la habitación 217. Me deposita en una cama con colcha de plástico frio, pero la quita al ver mi cara de incredulidad. Me tumbo y llamo a mamá para decirle que esa noche no llegaría a cenar. Espero. Miro mi historial, dejado al borde de la cama. Antecedentes: bronquitis asmáticas varias, hipotiroidismo secundario en tratamiento con Levotiroxina 50 mg. Sin alergia a medicamentos. Que alegría. Paso la página y entiendo el por qué de tanta sangre derramada sin sentido; hay 24.71 mil/mm3 de Leucocitos cuando lo normal es tener 4-8 mil/mm3. Ocho veces más. Los del laboratorio suelen repetir pruebas con números tan elevados para que no les denuncie por mala praxis médica luego. Es entonces cuando realmente me siento infectado. Soy infecto. Tenía leucocitosis. Mis glóbulos blancos luchan contra Streptococcus pneumoniae. Puedo oir el entrechocar del acero de sus sables en mi interior. Negativo para Salmonella. Que alegría otra vez. Me recuesto sin contestar a mi pequeña acompañante y una enfermera, monja muy mayor pero sin bigote, inserta 500 mg de Claritromicina en mi boca seca a modo de bienvenida. Luego, siempre canturreando, pone un bote de 500 ml de suero glucosado y unos 200 ml de Cefitriaxona en el porta-sueros de acero inoxidable, me da las buenas noches y desaparece cerrando la puerta con delicadeza. Mi brazo parece una fontanería. Mi boca sabe a sangre. Mis pulmones sangran. Traen de mi casa mi pijama de hilo limpio y seco. Me duermo entre calambres musculares respirando agitadamente.
Domingo: fue a las 7:00 a.m. cuando una enfermera baja y poco habladora me clavó una aguja para extraer sangre de la arteria radial de mi muñeca derecha. Me hicieron una gasometría arterial que más tarde indicaría mi pobre presencia de oxígeno en sangre (pO2 65.7 mmHg en un rango de 80-110). Duele. Como era de esperar, también me sacó sangre (de la de toda la vida) y tuve que hacer más pipí sin ganas en un bote de plástico transparente y tapa roja. A punto de lograr dormirme de nuevo, aparece Sor Josefina, enfermera jefa de planta. Baja, de pelo cano y arrugas marcadas pero sin atisbo de preocupación, me cayó bien desde que la vi entrar por la puerta como un huracán a sus, seguramente, 70 años. De movimientos rápidos y mirada escrutadora, seguramente creyó que durante toda mi convalecencia en el hospital yo fingía mi enfermedad. Descorrío las cortinas y abrió la ventana con vigorosos movimientos, repetidos durante decenios. Consiguió deslumbrarme y helarme a la vez, pero no me atreví a quejarme en voz alta. En un tono bastante amenazador me recomendó que me duchase de inmediato y que, a ser posible, fuera rápido. Precipitadamente salté de la cama en un afán casi incontrolado de cumplir con mis nuevas obligaciones antes de mi sesión de oxigenoterapia matutina debido a mi disminuída ventilación alveolar. Tensión normal. 38 grados. Sibilancias en la auscultación pulmonar.
Un hospital es como un hormiguero en el cual cada hormiga tiene una función específica. En este caso las hormigas son sumamente adorables y se llaman monjas. Por orden cronológico en ese y en los cuatro días restantes aparecieron los siguientes personajes, visitas aparte:
7.00-7.30: una mujer de rostro borroso presumiblemente extranjera de manos frías, uñas manicuradas, pulcra, de paso silencioso y de olor indefinido era la primera en darme los buenos días con una jeringuilla muy larga. Tras atar mi brazo con una goma para retener sangre, me pinchaba todos los días. Me tapaba antes de irse, señal de arrepentimiento.
8.00-8.01: Sor Josefina hacía aparición disipando cualquier pesadilla o sueño placentero así como cualquier duda acerca de la existencia del bien y el mal. Si su meta era asustarme se puede decir que lo lograba. Abria la puerta con la misma brusquedad que un equipo SWAT en la serie COPS. Para mi espanto, no era ninguna redada, sino una delicada mujer con cofia blanca de ojos sabios y manos ágiles acostumbrada al mando y a los zapatos cómodos no reglamentarios. Sin dignarse a mirar mi mal aspecto y de muy buen humor, me preguntaba el menú de ese día:
-Buenos días, buenos días... eh buenos días, si, si -decía mientras corria las cortinas, seguramente sabiendo como hacerlas chirriar de la forma más inhumana (yo lo intenté un par de veces y no emitieron el más mínimo sonido).
-Buenos días Sor.
-A ver, a ver... ¿cómo estás, eh? ¿cómo estás? 
Ahora me miraba lo suficiente para saber que mi expresión era de terror.
-Me encuentro de maravilla Sor. De maravilla. ¡Que buen dia hace!
Intentaba motivarme.
-Hace un día asqueroso -decía sin mirar a la ventana.
-Si, si... es verdad.
-¿Puré o sopa? -preguntaba impaciente.
El primer día pregunté:
-¿De qué es el puré?
-De verduras
-¡Ah! ¿y la sopa?
-Veduras
-Sopa, entonces
-Puré, vale.
Hacía que tachaba algo en una pequeña libreta
-Carne guisada o tortilla francesa.
-Carne, carne, si.
-Tortilla mejor. Mejor. De postre hay fruta ¿te gusta el plátano?
-Si, si... claro.
-¡Plátano entonces! -decía encantada.
Con una sonrisa a modo de despedida que era correspondida con una mueca estúpida por mi parte, se retiraba veloz, dejando la puerta abierta para que el viento gélido atravesara mi habitación, conmigo en medio. La adoraba.
8.30: Sor Muerte era la enfermera encargada de cambiar mis líquidos intravenosos. Ponía Paracetamol, antibiótico y sueros varios. Consideraba que al no tener yo más de setenta años, la edad media de los pacientes ingresados, el dolor para mí no existía. Por eso daba a la bomba de succión con ahínco, ilusión y fortaleza produciendo la desagradable sensación en mi vena de ser perforada por nitrógeno líquido. Por mucho que traté de persuadirla del uso de la delicadeza como método redentor no hubo forma de mitigar mi dolor venoso durante mi estancia en la habitación 217. Aún así, yo la quería.
8.40: una cabeza femenina demasiado redonda para ser bonita con el pelo mal cortado me preguntaba todos los días si quería cortarme algo, lo que sea. Era la peluquera. No me corté el pelo en el Hospital La Milagrosa.
8.50: llegaba el turno de dos hombres pequeños y de pelo lacio que hacían la cama muy alegres y también le podían lavar a uno si quería. Yo no quise. Decían que era un friolero por tener una manta (Sor Josefina no me permitió tener más y tuve que traer una de casa a escondidas).
8.50-9.00: muchas personas del servicio de limpieza entraban precipitadamente con diversos utensilios asépticos y movían mis libros, DVD's, ropa y alimentos bajo mi atónita y vidriosa mirada. Limpiaban todo.
9.00: desayuno
9.01: náuseas
9.30: sesión de oxigenoterapia. Máscara de gas y a inhalar oxígeno que, por cierto, huele fatal.
10.00: unos pasos rápidos y decididos por el pasillo indicaban que Sor Josefina aparecería de inmediato y yo me tapaba e intentaba cambiar mi expresión de aflicción. Si había algún trabajador del hospital dentro se iba prácticamente corriendo. Me preguntaba si estaba todo bien, con prisa. Podría haber tenido una embolia que hubiera respondido mi usual "perfecto Sor, todo maravilloso".
10.30: Sor Muerte cambiaba algún bote de cristal del porta-sueros y me iba a ducharme. Un poco de intimidad, por fin.
11.00: el Dr. Álvaro o "Alvarito" según mis queridas enfermeras, siempre aparecía con algún papelajo. Me animaba: "tiene una... Neumonía plurifocal de gran extensión en ambos pulmones y adenopatías mediastínicas provocadas por la infección. El cultivo para tuberculosis ha dado negativo". Que alegría. Siempre decía que me podría ir al día siguiente.
12.00: Sor Josefina avanzaba rápidamente por el pasillo, se paraba enfrente de mi puerta cerrada un breve instante y continúaba su camino, satisfecha al parecer, hacia la sala de enfermeras.
Mis agradables mañanas transcurrían entre visitas y lo arriba descrito, por lo que no había lugar para el descanso, pero uno está seguro con un botón rojo con una cofia dibujada cerca de la cama. Al final me dieron el alta y me despedí de todos muy contento. Sor Josefina obligó a mi madre a aceptar una medalla de la Virgen de la Milagrosa, que siempre conservaré. Ahora estoy en casa reposando, es decir, reflexionando. He dejado de fumar. Voy a crear una empresa de Internet y hoy empiezo con el business plan.
Nota: Huelga decir que en La Milagrosa el wi-fi brilla por su ausencia y no he podido mirar las 62 páginas que tengo en favoritos (sólo en RSS). Me acabé la quinta temporada de 24, la cuarta de Lost, empecé la magnífica miniserie Band of Brothers y leí "Amsterdam" de McEwan. Ahora quiero ver "Into de Wild", de Sean Penn, recomendada por mi amigo Gon.
Mientras escribía escuchaba un descubrimiento musical reciente muy recomendable, The Management o MGMT. Muchas gracias a los que me han venido a visitar, acompañado, me han llamado desde lejísimos, me han prestado DVD's o me han regalado flores, alimentos que no podía comer o libros buenísimos. Si algún amigo mío se pone enfermo, Dios no lo quiera, le visitaré.