jueves, 17 de mayo de 2007

Cartuchos con ceniza

Este país me hace estremecer diariamente debido a la incesante y preocupante (para mí al menos) intoxicación mediática en el juicio del 11-M. Como no he querido ser periodista no pienso hablar de política salvo con amigos y almohadas a mano así que corramos un estúpido velo. No voy a hablar ahora de teoría de la comunicación porque en este país parece ser que no son aplicables. Eso sí, Chomsky debería cerrar el chiringuito. A mí solo me interesan las cosas bien hechas, fruto de la creatividad humana. La estética visual produce en mí un efecto analgésico ante tanto tormento cotidiano provocado por lo soez, la basura, los escombros reconvertidos en escombros más escombrosos y los ataques permanentes a la estética. En relación con lo que digo se puede poner como ejemplo el que sigue: el otro día un amigo mío inglés me comentó que estuvo en una cacería de perdices muy extraña. ¡Ah! -le dije. Se sentó y sin gesticular lo más mínimo me relató que la cacería era para los amigos de un cadáver convertido a ceniza. El ahora cadáver y antes eminente prohombre inglés había sido un gran amante de la caza, un mujeriego y un gran bebedor (eso no viene al caso pero ahora lo campararéis con Hemingway ¿verdad?). No se suicidó pero su camino a la muerte se vió acelerado porque el hígado estalló como un buen Foie por exceso de Château-lafite-rothschild. El caso es que su última voluntad fue:
1) Repartir generosamente la herencia entre sus hijos y perros
2) Una misa solemne para los más allegados en su capilla privada
3) Velatorio privado con su sempiterno smoking como atuendo post-mortem
4) Incineración
5) Una vez convertido a cenizas ser llevado a la fábrica de cartuchos de (x marca, que la sé) y ser introducido en diversos cartuchos del 12
6) Organizar una tirada de perdices en sus tierras para sus amigos y familiares con esos cartuchos dispersos aleatoriamente entre los miles repartidos a los cazadores
7) Descansar en paz
En esta parte de su monólogo cometí la torpeza de interrumpir a mi amigo preguntándole que pasaría si alguien fallaba alguna perdiz. Fue entonces cuando mi amigo, con la ceja levantada y sin dejar de mirar su whisky solo sin hielo, se levantó del sillón y me dijo:
-En esa cazería nadie falló.